Tras la película se convirtió en la sex simbol nacional.
El último cuplé se había rodado con tan escaso presupuesto que, para recortar gastos, la propia protagonista, Sara Montiel, tuvo que cantar, recitar más bien, los cuplés que en principio debía doblar con su voz la estupenda cupletera (y mujer) Lilian de Celis.
Sara Montiel, la inmortal manchega, no sabía cantar, así que hizo lo que pudo: gesticuló con una sensualidad inédita en la escena española, mucha apertura de boca, mucho enseñar la lengua, y hasta la úvula, mucha caída de párpados, mucha delantera sin artificios de silicona, mostrada hasta donde el censor lo consentía sin sucumbir al soponcio.
El último cuplé alcanza un éxito de tal calibre que permanece en cartel más de un año. La España reprimida y hambrienta sexual corre a contemplar a aquella estupenda hembra llena de curvas y asentadas mollas que aguarda a su amante fumando espero en una chaise longue.
En Frailes, municipio serrano de la provincia de Jaén, poco más de mil habitantes, el filme se mantiene en cartel tres meses debido a la afluencia de excitados garañones que peregrinan al pueblo desde los cortijos de la sierra circundante por los más variados medios, a pie, en bicicleta, en caballería, en autobús de pasajeros… Se forman colas de entusiastas cinéfilos dispuestos a ver la película dos, tres veces, las que haga falta.
Sara Montiel es una conmoción nacional, un solivianto hormonal de proporciones desconocidas. De nada valen las reuniones urgentes de don Tancredo y su equipo censor para arbitrar medidas urgentes con las que atajar o, al menos, mitigar el impacto de la manchega en el imaginario colectivo. Sería como ponerle puertas al campo. Las garitas de los cuarteles, sin puerta ni nada, siempre ventiladas, apestan a semen revenido; en los internados y en las cárceles, el concierto de somieres chillones se repite noche tras noche… hasta en los retretes de los seminarios diocesanos se peca a oídas. Don Próculo y otros confesores viajan a diócesis limítrofes, donde no sean conocidos, para asistir a la proyección de incógnito y comprobar, en sus propias carnes, con estos ojos que se han de comer los gusanos, lo que motiva tan descorazonador repunte en las conculcaciones del sexto mandamiento. Sucumbe al pecado la feligresía joven, sin excluir a los chicos de Acción Católica. Sólo algunos numerarios del Opus, y no todos, resisten la tentación del Maligno. Nunca se ha pecado tanto en España como este año con la sensualidad manchega, tan nuestra, de Sara Montiel.
JUAN ESLAVA GALÁN
De la alpargata al seiscientos (2010)